LOS JUSTOS

Un hombre que cultiva un jardín, como quería Voltaire.
El que agradece que en la tierra haya música.
El que descubre con placer una etimología.
Dos empleados que en un café del Sur juegan un silencioso ajedrez.
El ceramista que premedita un color y una forma.
Un tipógrafo que compone bien esta página, que tal vez no le agrada.
Una mujer y un hombre que leen los tercetos finales de cierto canto.
El que acaricia a un animal dormido.
El que justifica o quiere justificar un mal que le han hecho.
El que agradece que en la tierra haya Stevenson.
El que prefiere que los otros tengan razón.
Esas personas, que se ignoran, están salvando el mundo.

Jorge Luis Borges.

La ética según la conceptualización aristotélica es la disciplina que se ocupa del bien y del mal y sus relaciones con el comportamiento. Si describimos los valores éticos más relevantes se pueden mencionar, la justicia, la libertad, el respeto, la igualdad, la responsabilidad, la integridad, la lealtad, la honestidad y la equidad, podríamos estar hablando de las ideas fuerza de la francmasonería, pero si diseccionamos el concepto y escudriñamos el trasfondo observaremos que la ética constituye la forma de ser y hacer del ser humano.

La palabra ética deriva del griego ethos, que significa la ‘manera de ser’, ‘el carácter’, ‘la costumbre’, lo que los seres humanos son y hacen y el vocablo ethos se corresponde con la voz latina moras, de donde deriva la acepción moral en nuestra lengua. Por consiguiente, la ética atañe a todo lo que es y hace el ser humano y por tanto el carácter y el temperamento de las personas se encuentran estrechamente ligados a su ética.

Ética y Moral. Aunque aún es frecuente utilizar ambas palabras con el mismo significado, los filósofos tienden a distinguir entre ética, como la reflexión filosófica sobre la moral, y moral, como un conjunto de normas, más o menos explícitas, que configuran una doctrina moral concreta: la moral católica o judeocristiana, islámica, burguesa, incluso marxista o la vinculada a determinada cultura o la respuesta de lo que llamamos civilización, etc.

Pero si la ética la encontramos relacionada con la personalidad, a través del carácter y el temperamento, podemos deducir que en gran medida la ética emana o está originada en nuestro cerebro, factor explicado científicamente por la neuroética.

Aristóteles, lo define como el bien que todos buscamos y como el fin que da sentido a nuestra vida y así alcanzamos la felicidad, que radica en una vida virtuosa. Así la prudencia o la templanza, por ejemplo, son virtudes cardinales.

Sin embargo,Immanuel Kant,entiende la ética, como un imperativo categórico que la razón nos impone por el hecho de ser seres racionales. Kant nos dice, “Actúa de tal modo que trates a la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de los demás, siempre como un fin y nunca sólo como un medio”. El respeto a la dignidad del otro (y de uno mismo), reflejada por la muy común aseveración, “Lo que no quieres para ti, no lo quieras para nadie” o “trata a los demás como quieres que te traten a ti”, no “prejuzgues a los demás, piensa que seguro que te están prejuzgando a ti”.

Las concepciones filosóficas de la ética o la moral pretenden ser universales. A diferencia de las doctrinas morales religiosas, que valen sólo para los creyentes de las diferentes religiones, una ética laica busca establecer una normativa, ya sea bajo la forma de virtudes, de valores o de principios, que valgan para toda la humanidad. No vale la idea de que cada uno tiene su ética.

¿Cómo sería un juicio ético y moral según la ética kantiana?

Para determinar la validez de un acto moral, de acuerdo con I. Kant, debemos prestar atención a la voluntad de cada persona y no a la acción misma. Los actos, manifiesta Kant, no son ni buenos ni malos; bueno o malo es sólo el sujeto que los realiza, lo que nos conduce a un principio fundamental, “la ética constituye una práctica incondicional de la razón”.

La filosofía kantiana, asevera que todos los seres humanos, disponemos de la capacidad de razonar, esta capacidad es innata, como el resto de las cualidades de la razón, una vez más nos acercamos a la hipótesis científica de que estas capacidades se encuentran en nuestro sistema psiconeurológico, específicamente en el cerebro. Lo único que cuenta es la intención en el pensamiento kantiano y si se hace uso de la razón de forma libre y sin condicionamientos.

El hombre no puede ser indiferente a la problemática metafísica, tal es la razón por la cual siempre tomamos alguna posición al respecto, puesto que el conocimiento humano se limita a la experiencia. De esta forma, actuaremos moralmente sólo cuando podamos desear que nuestro deseo se considere válido para toda la sociedad. La pretensión es eliminar las excepciones, siendo igualmente válida para todas las personas. ¿Sin embargo esta aseveración es posible?, si consideramos que el análisis metafísico, en ocasiones podría alejarse de la praxis científica, seria sin duda, como mínimo cuestionable, pero si consideramos que la razón es innata y por consiguiente inherente a nuestro cerebro, instintiva o pulsional, entonces la aseveración resultaría correcta.

El imperativo kantiano no garantiza gratificaciones de índole narcisista, egocéntricas, con espejo celotípico, sino que implica respeto a la ley ética. Kant señala que el sujeto puede encontrar cualquier argumento que fundamente una conducta suya opuesta a la razón legitima o a la norma, se esconde detrás de un sinfín de mecanismos de defensa, para justificarse, huir, proyectar, pero lo que no puede el sujeto es eludir su propia reprensión, no puede alejarse de sí mismo y en ese laberinto suele perderse en la angustia.

Por otra parte, J.Lacan, el intelectual más avanzado del psicoanálisis, trata de llevarnos a considerar lo que distingue la ley moral que constituye la ética de Aristóteles, y la ética del psicoanálisis que toma en cuenta otra ley, la que nos encamina hacia un más allá del principio del placer.

Así, el avance de la ciencia nos lleva hoy a considerar la neuroética, como una disciplina que avanza en el origen y en la explicación de la personalidad humana o al menos en la expresión comportamental.

El concepto, ciertamente no es nuevo, sin llevar los avances que hoy disponemos en neurología, el legado de Sigmund Freud a la neurociencia se llama «inconsciente». El padre del psicoanálisis fue pionero a la hora de hacernos ver que las personas no somos conscientes de gran parte de los procesos que lleva a cabo el cerebro y la mente.

La Neurociencia cognitiva es un área académica que se ocupa del estudio científico de los mecanismos biológicos subyacentes a la cognición, y la neuroética una disciplina que se desprende de ella y trata de explicar la respuesta en la conducta de nuestro comportamiento.

La neuroética es una parte de la bioética, una nueva forma de fundamentar la ética desde la neurobiología y no desde el saber filosófico, que se encarga de estudiar el impacto ético, legal y social de los conocimientos y las investigaciones sobre el cerebro, y de las aplicaciones prácticas que tienen éstos en la medicina y la psicología, y por consiguiente, en la vida de las personas.

En suma, neuroética es una excelente introducción tanto para el lector inadvertido como para los profesionales de distintas áreas de la salud (Psicología, Psiquiatría, Neuropsicología, Medicina) y otros profesionales como filósofos, sociólogos etc., preocupados en la participación de las neurociencias en la comprensión de la mente, el comportamiento, las organizaciones socioculturales, la salud mental, la educación, pero ante todo en la percepción de la existencia humana y su futuro.

El cerebro es base de los procesos mentales y comportamientos, por tanto, porque no, también de la razón, las creencias y el criterio. La Neurociencia investiga la estructura y organización funcional del cerebro.

Podemos distinguir dos subdisciplinas, la ética de la neurociencia, que se ocupa de los problemas éticos, sociales y legales, asociados a la investigación y las aplicaciones de la Neurociencia, y la neurociencia de la ética, que se propone investigar los sistemas neurales que están en la base de las intuiciones, juicios y comportamientos morales, y estudia los procesos mentales superiores como la autoconciencia. Así la ética tiene una base cerebral que determina los actos éticos.

William Safire, periodista ganador del premio Pullitzer en 1978, definió esta disciplina como “el examen de lo que es correcto e incorrecto, bueno y malo, en el tratamiento clínico y/o quirúrgico y en la manipulación del cerebro humano”. Sin lugar a duda, la neuroética, plantea un problema ético profesional, ya que en efecto podría hacerse uso de una nefasta manipulación que arrastre al ser humano hacia el caos, ya que podrían responder a sesgos cognitivos que obedecen a intereses de determinadas ideologías, con el objetivo de controlar la vida humana.

Emilio García García, del Departamento de Psicología Básica de la facultad de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid, nos dice que los seres humanos hemos desarrollado, un instinto natural,(recordemos en este punto la idea que para Spinoza, explicaría la Naturaleza-Dios que es su propia causa y la única esencia), existente que surge como una capacidad en cada niño, diseñada para generar juicios inmediatos sobre lo que esta moralmente bien o moralmente mal, sobre la base de una gramática inconsciente de la acción. Una parte de esta acción fue descrita por la mano ciega de Darwin, millones años antes de que apareciera nuestra especie, el resto se fue añadiendo a lo largo de la evolución y son exclusivas de los seres humanos.

Definitivamente, no podría tratarse como revolucionaria una idea que estaba ya en el nacimiento de la medicina occidental, desde la escuela hipocrática. Desde la neurociencia, hoy se interpreta la conciencia como una conquista evolutiva de la interacción entre genes, cerebro y cultura, que cada ser humano consigue en su desarrollo personal y proceso de socialización.

El cerebro humano ha desarrollado unas capacidades cognitivas, emocionales, lingüísticas y sociales singulares, que le han permitido la interacción social, la creación y transmisión de la cultura y el desarrollo personal.

En la perspectiva filogenética, (como ya hemos apuntado anteriormente) de millones de años, surgió una capacidad cognitiva exclusiva de la especie humana: la capacidad del individuo para identificarse con los otros miembros de su especie, que le permite comprender a los demás como agentes intencionales y mentales.

De la mano de la filosofía y en especial de la metafísica hemos avanzado paulatinamente hasta alcanzar una aproximación explicativa del mundo de la conciencia, de la esencia de la mente humana y de la psique, del griego ψυχή, psyché, que podría traducirse como alma humana, la fuerza vital de un individuo y de la mano de la ciencia, paulatinamente vamos alcanzando la explicación de la esencia de la naturaleza humana, que es como decía Baruc Spinoza, una causa libre y única esencia existente.

Es por tanto la mente, alojada en el cerebro, resultado de la naturaleza que de manera armónica da respuesta al todo de la existencia universal y en este todo, que la ciencia demuestra poco a poco, sus imbricaciones y sus correlaciones, se encuentra la explicación de aquello que emerge de la mente, de las células que la albergan y/o que dan como respuesta las manifestaciones comportamentales y entre ellas, la ética.

Giacomo Rizzolatti, neurobiólogo italiano, fue el descubridor de las neuronas espejo. Rizzolatti estudió medicina y se dedicó a la investigación. En 1996, junto con otros científicos investigaban la corteza frontal inferior de un mono macaco para estudiar las neuronas encargadas de los movimientos de la mano. De este modo, las neuronas espejo fueron descubiertas por casualidad.

En investigaciones posteriores se ha confirmado el hallazgo y se ha descubierto la localización de las neuronas espejo: en las regiones parietal inferior y frontal inferior del cerebro. Además, se ha confirmado la presencia de este tipo de neuronas también en humanos.

Las neuronas espejo o neuronas especulares son las células nerviosas de nuestro cerebro encargadas de imitar las acciones que inconscientemente llaman nuestra atención. Estas neuronas nos permiten sentir empatía, imitar a los demás, así como sentir y saber si alguien nos está mintiendo o engañando.Reir al ver reir, contagiarse del ánimo de los otros, sentirse unido al otro, el egregor, son producto de las neuronas espejo.

Sabemos del inconsciente colectivo, la memoria colectiva y los arquetipos descritos por Jung y por consiguientese deduce el fenómeno que conocemos como el egregor. Un concepto de empatía que hace referencia al pensamiento colectivo o tal vez a la fuerza generada por el compartir emocionalmente aquel contenido que proviene de la conciencia. Esa entidad colectiva, que da lugar a una cierta simbiosis que contribuye al desarrollo vital.

Pero así como nosotros somos capaces de generar toda esta conciencia compartida, ella también tiene el poder de afectarnos.

Para Karl G. Jung, esa entidad psiquica colectiva, hace referencia a una dimensión que está más allá de la consciencia y que es común a la experiencia de todos los seres humanos. Hoy los avances científicos nos aportan el conocimiento desde la praxis, que efectivamente eso es posible gracias a las neuronas espejo.

Estas neuronas espejo constituyen una red invisible que une a las personas y que permite aprender de los demás. Permiten a los seres humanos comprender los sentimientos de los demás y establecer conexiones con otras personas. Cuando una persona observa a otra actuar, pensar o sentir se producen pequeños disparos eléctricos en el cerebro que activan esa señal recibida. Juegan un papel importante en la imitación, el aprendizaje y la empatía. Las neuronas espejo, por consiguiente, están implicadas en la conducta interrelacional, el comportamiento social y el aprendizaje.

Estas neuronas son las que convierten al hombre en un ser social y podemos encontrar desde luego, una disfunción que altere la capacidad empática o las habilidades interrelaciónales, y eso nos otorga una somera explicación de ciertos trastornos o enfermedades psíquicas. Los egocentristas, el narcisismo, las conductas celotípicas son disfunciones que afectan a la relación con los demás.


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