Al igual que en relación con el sufragio, la militancia en las fuerzas republicanas y obreras, y la participación en la masonería, en el ámbito del librepensamiento a la hora de tratar sobre la mujer, durante el siglo XIX, hemos constatado que se basculó entre la defensa de la emancipación de la misma y el ejercicio de un indudable paternalismo.
En este breve apunte queremos demostrar nuestra afirmación en el mundo del libre pensamiento a través de un texto significativo que publicó Las Dominicales del Libre Pensamiento, es decir, en el periódico más vinculado con la defensa del librepensamiento en la España entre el siglo XIX y el XX, que salió en enero del año 1906. No lleva firma, pero imaginamos que fue escrito por algún redactor o corresponsal del semanario.
La tesis, semejante a la que se terminaría por defender en algunos sectores políticos en relación con el derecho al sufragio femenino en el siguiente siglo, se basa en la supuesta constatación de la minoría de edad de la mujer en lo político e intelectual, fruto, más que por la dominación masculina secular, por la influencia o poder de la Iglesia sobre la misma. El clero manipularía a la mujer en lo político, pero también en relación con la educación y moral que enseñaban en casa para perpetuar, por un lado, el dominio de los sectores políticos conservadores, y, por otro, de la propia Iglesia Católica en la moral, conductas, educación y valores.
El medio más eficaz para combatir el clericalismo, según se afirmaba en la columna, debía basarse en “descatolizar” la mujer. Era responsabilidad de los hombres librepensadores emprender esta tarea para enseñar a la mujer el camino correcto. Así pues, bien es cierto que se buscaba o pretendía defender la causa de la libertad de conciencia en relación con la mujer, pero ésta se encontraba para ellos en una posición que podríamos definir de minoría de edad.
Esa labor pasaba por mostrar a la mujer el mal que se hacía a sí misma mientras permaneciese en ese estado de ignorancia, pero no se cuestionaban, en realidad, las causas por las que la mujer no tenía la misma educación que el hombre, y no se realizaba ninguna autocrítica sobre el dominio que el hombre, independientemente de sus ideas, ejercía sobre la mujer.
Esa labor pasaba por mostrar a la mujer el mal que se hacía a sí misma mientras permaneciese en ese estado de ignorancia, pero no se cuestionaban, en realidad, las causas por las que la mujer no tenía la misma educación que el hombre, y no se realizaba ninguna autocrítica sobre el dominio que el hombre, independientemente de sus ideas, ejercía sobre la mujer.
Esa supuesta ignorancia le hacía a la mujer “creer en una divinidad que no existía” y mientras adorase imágenes y símbolos y estuviera en los confesionarios, el librepensamiento no tendría la fuerza que debía de tener. Así pues, sin dudar de que se podría pretender la emancipación de la mujer en este terreno del libre pensamiento, también es cierto que el objetivo final era el progreso del libre pensamiento en general, siendo el principal obstáculo la mujer.
La columna periodística casi era un llamamiento a los librepensadores para que se conjurasen en el deber de apartar “esa imbécil superstición de la mujer”.
Todo pasaba por la educación desde niñas para cuando saliesen de la escuela laica se apartasen de los templos.
El autor criticaba el papel hasta ese momento de las madres, porque con su dependencia del clero inculcaban a sus hijos el fanatismo religioso.
En conclusión, para que se produjese el triunfo del librepensamiento había que alejar a la mujer de todo lo referido a la religión, y, en segundo lugar, emprender una labor educativa.
Hemos consultado el número del doce de enero de 1906 de Las Dominicales del Libre Pensamiento.