El 31 de diciembre de 1929 se publicaba en El Socialista uno de los documentos más importantes de la Historia del laicismo en España. Estamos hablando del texto que escribió Luis Araquistáin sobre la necesidad de crear una Liga Nacional Laica.
“¿Por qué no existe en España una Liga Laica?”, se preguntaba el intelectual y político socialista. La Liga tendría que cumplir, entre otros objetivos, conseguir que en España no fueran enterrados “católicamente” los que habían muerto como habían vivido al margen de la religión católica. De esa manera se evitarían hechos, calificados como vergonzosos, como el caso de un “ilustre escritor liberal”, que fue enterrado por la Iglesia, contra la voluntad del finado, mientras la opinión pública, sin conocer la verdad, consideraba que era otro que, en el último momento, se había arrepentido, fomentando, de esa manera el escepticismo popular sobre la firmeza de las convicciones de los personajes más representativos.
En todo caso, Araquistáin admitía que muchos liberales españoles, muy laicos y anticatólicos “de boquilla” alentaban con su actitud ese escepticismo popular no tanto en la hora de la muerte donde se podía justificar el cambio por el desfallecimiento final, sino por su actitud en vida, ya que, sería muy difícil encontrar alguno que se hubiera casado solamente por lo civil, que no hubiera bautizado a sus hijos, o que no los enviase a un colegio religioso. Araquistáin arremetía con energía contra el concepto de tolerancia de muchos anticlericales, que enarbolaban esa bandera contra la intolerancia. Y en esto salía su socialismo, ya que se preguntaba cuántos de esos liberales anticlericales serían tolerantes si un estado socialista les expropiara sus bienes adquiridos “abusivamente”. En el fondo seguían siendo católicos. Para Araquistáin un católico no podía ser liberal, o a esos liberales les convenía tener a la Iglesia de aliada, un factor fundamental para entender que siguiera teniendo tanto poder en España.
Por eso, proponía la creación de una Liga Laica para defender a los que querían morir como habían vivido, pero también para defenderlos en vida, alentando su libertad de conciencia y la de sus hijos. La Liga se convertiría, por lo tanto, en un apoyo fundamental para los laicos en España. Este asunto sería capital en la futura Liga Nacional Laica, especialmente atenta a las grandes dificultades que una persona laica tenía, especialmente, en el ámbito rural en la España de la época.
En 1930 se constituyó la Liga Nacional Laica en España. Contamos con dos estudios muy interesantes sobre la misma. En primer lugar, estaría el trabajo de Julio Ponce Alberca, “El laicismo español en los prolegómenos de la Segunda República. La Liga Nacional Laica (1930-1937)”, publicado en Hespérides, (1993), y, luego, el más reciente de Julio de la Cueva Merino, “Socialistas y religión en la Segunda República. De la Liga Nacional Laica al inicio de la Guerra civil”, en el libro de Izquierda obrera y religión en España (1900-1930), del año 2012.
El manifiesto fundacional de la Liga Santa se publicó en el número del 10 de junio de 1930 de El Socialista. Aporta algunas claves sobre la presión social que ejercía el catolicismo en la España que comenzaba la intensa década de los treinta, y de los intentos de establecer el Estado laico en España, en vísperas de la proclamación de la Segunda República.
Los miembros de la Liga se lamentaban que hubiera que seguir luchando por los derechos de las minorías que no profesaban la religión del Estado. Esas minorías no podían dar testimonio de su conducta, y debían mantenerse en la esfera de lo privado. La Liga insistía mucho en la presión social en relación con las creencias. Habría una influencia inquisitorial y una tradición gregaria que impulsaba a la sociedad y a los poderes a combatir a los disidentes cuando aspiraban a ocupar un lugar público. Para ello se empleaban todos los medios de coacción. En España quien se manifestaba como no católico si no disfrutaba de una determinada posición económica, social o intelectual sufría claramente esa presión.
La secretaría de la Liga publicó un manifiesto en el que informaba sobre esta asociación fundada en Madrid, y que nada más nacer sufrió un duro ataque de El Debate, aunque también había recibido muchas adhesiones y hasta algún donativo sustancioso. Los miembros de la Liga querían dejar claro que no pretendían combatir creencia alguna. En su seno cabía todo el mundo, incluidos los que profesasen alguna confesión religiosa, porque el objetivo de la Sociedad no era atacar a nadie, sino defender el derecho de cada persona a tener y exteriorizar sus ideas en materia religiosa y sus derivaciones, es decir, en relación con las cuestiones de la vida espiritual de las personas, y que la mayoría de los españoles, siempre según el texto, resolvían siguiendo las soluciones que brindaba la Iglesia, o la “religión oficial”. Se estaban refiriendo a cuestiones relacionadas, por ejemplo, con la muerte, los cementerios, y otros momentos de la vida que monopolizaba la Iglesia.
Los miembros de la Liga se lamentaban que hubiera que seguir luchando por los derechos de las minorías que no profesaban la religión del Estado. Esas minorías no podían dar testimonio de su conducta, y debían mantenerse en la esfera de lo privado. La Liga insistía mucho en la presión social en relación con las creencias. Habría una influencia inquisitorial y una tradición gregaria que impulsaba a la sociedad y a los poderes a combatir a los disidentes cuando aspiraban a ocupar un lugar público. Para ello se empleaban todos los medios de coacción. En España quien se manifestaba como no católico si no disfrutaba de una determinada posición económica, social o intelectual sufría claramente esa presión. La situación era aún peor cuanto más pequeño fuera su lugar de residencia. Era común el empleo de la violencia física contra los protestantes, la quema de libros, el cierre arbitrario de escuelas laicas, la apertura de causas criminales sobre supuestos sacrilegios, etc. Por eso, la Liga anunciaba que protestantes y judíos españoles encontrarían apoyo de la misma.