El primer individuo al que, tras haber cercado un terreno, se le ocurrió decir“esto es mío y encontró gentes lo bastante simples como para hacerle caso, fue el verdadero fundador de la sociedad civil. Cuantos crímenes, guerras, asesinatos, cuántas miserias y horrores no le hubieran ahorrado al género humano el que, arrancando las estacas o cegando el foso, hubiera gritado a sus semejantes: “Guardaos de escuchar a este impostor; estáis perdidos si olvidáis que las frutas a todos pertenecen y que la tierra no es de nadie”.
Jean-Jacques Rousseau. El contrato social. 1762.
«El ser humano era libre, hasta que se rompe el encantado natural de estar integrado en la naturaleza, hasta el momento en que el sentido de la propiedad, “esto es mío”, “que hay de lo mío”, introduce el modelo de desigualdad moral, socialmente vinculada mediante un contrato y se aleja de la razón de la naturaleza misma».
Ensayo filosófico de Jean-Jacques Rousseau, cuyo título completo es el Discurso
sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres (1755).
La igualdad natural es propia de todo el género humano por naturaleza, es decir, desde el comienzo, con 30 días de vida nacido de parto normal o por el milagro del bisturí y ningún hombre o mujer puede tener más derechos que otros, ni tampoco menos, todos deberíamos ser igualmente libres. Lo que implica que, sin igualdad, no hay libertad.
La igualdad a lo largo de los tiempos, tal y como afirma Thomas Piketty, es fruto de luchas y rebeliones contra la injusticia y resultado de un proceso de aprendizaje de normas, usos y costumbres, sistemas legales, sociales, y, sobre todo, educativos que, bien articulados, constituyen la supuesta base igualitaria de la sociedad en la que vivimos.
Pero no es así, este proceso se ve debilitado por la amnesia histórica y porque, tras las vivencias cotidianas, no es fácil comprobar cómo el equilibrio es mucho más que frágil y la desigualdad es el signo característico de las sociedades organizadas en la actualidad, desde las sociedades primarias hasta las más complejas.
La consigna marxista, (programa de Gotha, 1875) de “a cada uno según sus necesidades y a cada uno según sus capacidades”, (aunque también encontramos el concepto en la parábola de los talentos en el evangelio de San Mateo), obedece a un principio idealizado del bien común. La sociedad acepta solamente y presuntamente la igualdad ante la ley y mantiene intactos los mecanismos de explotación del hombre por el hombre, o mejor aún, permite que algunos colectivos humanos que, alegando su derecho de preservación, explota a otros colectivos, es decir naciones contra naciones, estados que explotan a otros estados, corporaciones que explotan a sus recursos humanos, etc.
Así es como se perfilan las naciones del primer o el tercer mundo, continentes de primera, como Europa o continentes de la trastienda de la humanidad, como África.
La pobreza, la marginación, la miseria y las desigualdades sociales no son algo históricamente superado. De los 5.660 millones de humanos que pueblan la tierra, sólo 1.200 millones viven en el primer mundo desarrollado; el resto lo hace en países del Tercer Mundo, subdesarrollado y algunos incluso pueblan los países del infradesarrollo.
Pero tratar la igualdad exclusivamente desde el punto de vista de la posesión de medios y bienes, del reparto de la riqueza o aún más de los derechos jurídicos, tal vez resulte demasiado simplista y es por ello por lo que el tratamiento de la desigualdad no puede ser abordado solo en un aspecto, el de la servidumbre o todo aquello que es atinente a las políticas capitalistas o regímenes que regulan las posesiones materiales e incluso intelectuales. Hay que analizar, también, la igualdad debido a culturas y/o de etnias, la igualdad de género, la igualdad de oportunidades y, en especial, aquellas que puedan conducir a la adquisición de conocimiento y al destierro de la ignorancia. La igualdad, en definitiva, en relación con la dignidad y en consonancia con la libertad de pensamiento.
Pero analicemos la igualdad desde otra perspectiva: ¿Es posible alcanzar culturas igualitarias? En los últimos años, varios antropólogos han llamado la atención sobre lo que llaman “sociedades igualitarias”, algunas de las cuales han investigado directamente a través del método de observación participativa.
Estas sociedades se encuentran en diferentes partes del mundo, por lo general, en nichos ecológicos aislados, e incluyen a los Hadza de Tanzania, los Mbuti del Zaire, los Bushmen Kung de Botswana y Namibia, y los Negritos Batek de Malasia.
No hay desigualdades claras de riqueza, poder o estatus entre ellos; además, no son ‘igualitarios’ por defecto, sino que enfatizan conscientemente el valor de la igualdad y la practican activamente[i]
En Tehuantepec, (región ubicada en el estado mexicano de Oaxaca) o en los kunas de Panamá, constituyen sociedades en donde, no es que haya un predominio y un poder mayor de las mujeres, sino que son culturas con unos valores hegemónicos cuya consecuencia es la presencia de mayor igualdad social e igualdad de género (Gómez, 2008, 2009, 2010, 2011). Águeda Gómez Suárez∗ Universidad de Vigo (España).
Por consiguiente, al menos en la experimentación de laboratorio, sí es posible. ¿Dónde se encuentra, entonces, la base para alcanzar la igualdad?
Spinoza, en su libro sobre Ética, propone que tanto hombres como mujeres deben aspirar a la verdadera esencia de la igualdad que conduce a la libertad, buscándola en la libertad interior. La clave propuesta, no solo por Spinoza, sino también por Thomas Hobbes, la base para alcanzar paulatinamente esa condición de igualdad estriba en el papel fundamental de la educación.
Por otra parte, Nietzsche afirma que ni existe la igualdad, ni la queremos, y es posible que tenga razón, pero ello es culpa de la educación recibida, el adoctrinamiento y condicionamiento en el pensar, sobre todo por los progenitores, artífices de la educación esencial. Por consiguiente, lo que existe efectivamente es que los seres humanos, al menos hasta el día de hoy, somos desiguales.
Sin embargo, aún existe otro factor para tener en cuenta, y es la necesaria capacidad de comprender a los otros desde la discrepancia, que resulta imprescindible desarrollar para afianzar una sociedad igualitaria.
La diferencia en el paquete de ideas, usos y costumbres que cada ser humano posee y que ha ido acumulando mediante imputs y conocimientos adquiridos, según determinadas circunstancias a lo largo de la vida y que mediante la educación y la socialización, han configurado una determinada forma de ser y de pensar (es lo que hemos dado en llamar personalidad) y eso hace que en la práctica sea muy difícil encontrar dos seres humanos con un comportamiento y un pensamiento idéntico, por tanto, en este sentido no todos somos iguales y, por consiguiente, constituye un requisito básico el respeto y la comprensión desde la diferencia.
La globalización que sobrevino a la caída del régimen soviético y que implicó, en la práctica, la hibernación casi permanente de la propuesta comunista (al menos de momento), trajo aparejado un crecimiento económico de la producción, sumado a una difusión de los conocimientos y a un aumento desregulado de la comunicación con el empleo de las nuevas tecnologías de la información; pero, sin embargo, se han mantenido intactas las estructuras profundas del capitalismo y su importancia macroeconómica. Esta situación se vio aún más agravada por la gran crisis del año 2008, que hizo tambalear las estructuras del sistema y que, de alguna manera, indujo, aunque débilmente, a repensar el capitalismo neoliberal. Pero habría que añadir que la globalización nunca alcanzó a las personas, no ha existido nunca una globalización social, se quedó en una mera mundialización de la economía. ¿Existió en realidad alguna transformación con la globalización?
Algunos pensadores de este siglo se plantean dicho análisis y se expresan: “Ahora tenemos que estudiar qué sucede con la desigualdad en la distribución de los ingresos y de las riquezas: ¿En qué medida las estructuras de la desigualdad, con respecto al trabajo y al capital, se transformaron realmente desde el siglo XXI?. Thomas Piketty[ii]
Los diferentes fenómenos que se han venido sucediendo en el primer cuarto de este siglo XXI: Pandemia Covid19, explosión del Yihadismo, guerras constantes en una intolerable y –lamentablemente- enorme extensión geográfica, en una multitud de estados africanos y también en los países de Próximo Oriente, desde Yemen a Irak, de Siria a Palestina; y las conflagraciones bélicas en territorios del Mar Negro, entre la Federación Rusa y Georgia, Ucrania, etc. por el control del Mar Negro, han provocado un aumento de la desigualdad, especialmente en determinados espacios geopolíticos y, al mismo tiempo, se suman incrementadas las desigualdades étnicas impulsadas por la nueva ultraderecha, herederas de los viejos fascismos del siglo XX, convertidos hoy en ultranacionalismos populistas y en muchos casos con una marcada autocracia.
La desigualdad por razón de sexo, raza y pobreza (distribución desigual de ingresos y riqueza), no sólo no tienden a desaparecer, sino que se afianzan en distintas zonas del mundo, a lo que habría que agregar los fundamentalismos religiosos y la enormemente deficiente educación en la mayor parte del mundo.
Si atendemos a que no puede haber una verdadera libertad si no existe la igualdad y a lo expresado anteriormente, podemos deducir que el gran reto para una política de progreso en lo que queda de siglo, lo encontraremos en un sistema que albergue los mecanismos necesarios para erradicar la desigualdad y la principal herramienta para alcanzarlo está, sin ninguna duda, en una mejora de la educación a nivel global, pero no estoy hablando solamente de la escolarización, sino más bien de la educación esencial, que se da en el seno de la familia, de la educación desde los entornos de socialización, y es allí donde nos encontramos también con algunas herramientas fundamentales que deberían ser objeto de debate para su transformación, y con ello me refiero a los medios de comunicación de masas y a aquellos medios facilitadores de información y “formación inducida” que se distribuyen a través de las nuevas tecnologías de la comunicación.
Pues, así como el ser humano cuando
Aristóteles.
alcanza su perfección es el mejor de los
animales, así también, fuera de la ley y la
justicia es el peor de todos.
La pobreza y la ignorancia siempre han degradado la condición humana y, por consiguiente, el concepto de justicia también va estrechamente asociado al concepto de igualdad, otra cosa es si es posible o no alcanzar una sociedad verdaderamente igualitaria.
Los estudios empíricos del último siglo han especulado sobre la existencia y las perspectivas de igualdad en las sociedades pasadas y futuras. Aquí encontramos una división de opiniones, algunos sociólogos, pensadores y científicos han argumentado que la desigualdad es una característica inherente de todas las sociedades y que el ser humano es envidioso y celotípico por naturaleza; mientras que otros han sostenido que las sociedades igualitarias han existido en el pasado, incluso en épocas “prealfabéticas” y, por tanto, pueden existir en el futuro y, es más, pueden ser el eje orientativo de una nueva política socialista. Una política para alcanzar sociedades fraternalmente estructuradas y basadas en los principios de igualdad y libertad. En este punto acuden a mi mente los pensamientos vertebradores que alumbraron la revolución francesa y que aún, 233 años más tarde, no hemos conseguido materializar.
Claro está que los seres humanos son diferentes, dependiendo del desarrollo de sus habilidades, de su talento o capacidades, y también desde la perspectiva emocional y del desarrollo evolutivo de cada persona y, en definitiva, por la construcción armónica o inarmónica de su personalidad, pero estas características deberían ser los únicos patrones de medida; es necesario destacar que ninguno de ellos obedece a una razón étnica, de diferenciación sexual y ni mucho menos marcado por la diferencia de ingresos o de posesión de riqueza, y ni tan siquiera dogmática.
“Existe un concepto globalizable de justicia a pesar de las diferencias culturales. Este concepto se basa en la igualdad con miras al establecimiento de un orden jurídico global democrático” que, más allá de cualquier frontera física, geográfica o mental, “garantice la administración de la justicia al interior de y entre los Estados”. [iii] El objetivo es establecer una igualdad que garantice la ausencia de cualquier tipo de discriminación y, por supuesto, que sea equitativa. (El concepto de equidad lleva implícita una idea de justicia en relación con una situación deseable).
[i] (Woodburn 1982:931-2).
[ii] Thomas Piketty, El Capital del Siglo XXI. Fondo de Cultura Económica.2015
[iii] Por: Otfried Höffe Centro de Investigación Politische Philosophie Seminario de Filosofía de la Universidad de Tubinga Tubinga, Alemania sekretariat.hoeffe@uni-tuebingen.de