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La Gran Amenaza del siglo XXI: el trastorno psicosocial en la gobernanza

«En la última frontera del siglo XX y en el primer cuarto del presente siglo, se ha podido observar una constante en la aparición de líderes de gobierno, que presentan ciertos trastornos psíquicos o disfunciones racionales de la personalidad, que abocan a las sociedades actuales a deslizarse hacia un declive dramático y preocupante para el conjunto de la humanidad»

Bertrand Russell, hizo referencia a “la intoxicación del poder”.

Las alteraciones de los estados de ánimos, los trastornos de la conducta, los trastornos de base en la personalidad, los síndromes psicosociales, han sido una constante en todas las sociedades y en todos los tiempos, sin embargo, también es cierto que las situaciones de crisis, de conflicto social o de prolongado sufrimiento, especialmente en los mas desfavorecidos y vulnerables, han sido factores desencadenantes de alteraciones psicológicas colectivas, bien del estado de ánimo, tristeza vital colectiva que suele percibirse en la población general, o de comportamientos agresivos, incisivos o degradantes, como respuesta a situaciones vivenciales difíciles y hasta trágicas en ocasiones.

Por otra parte, a finales de siglo pasado y comienzos del actual, se ha desencadenado a nivel global, el derrumbe de una época, la agonía y hasta la muerte de las ideologías surgidas a finales del XIX que fueron signos de identidad el pasado siglo. El sueño experimental del comunismo de la era soviética era defenestrado, el capitalismo se volvió salvaje y la aparición de un nuevo conservadurismo político, que conoceríamos como neoliberalismo, sumían en la desesperanza y un aumento de la desigualdad a la mayoría del mundo. El socialismo, en muchas sociedades y/o países, se inclino hacia el liberalismo, la socialdemocracia, caído el muro, ya no les hacia falta a los gobiernos para frenar el avance del colectivismo comunista, y el capitalismo comenzó a girar hacia posiciones más extremas, generando graves consecuencias en el medio ambiente, en la convivencia y la supervivencia. Regresaron las guerras de religión que habían asolado Europa en ellos siglos XVI y XVII y ahora generan escarnio en el área del cercano oriente y se expanden por el resto del mundo.

Todo ello comenzó a dar lugar a un giro en la gobernanza global hacia políticas de una nueva ultra derecha 3.0, una mezcla de conservadurismo ultra capitalista, con misticismo o aspectos religiosos, y también de nacionalismos excluyentes; la gobernanza, lentamente comenzó a girar de tendencia hacia populismos extremados, mezcla de libertinaje retrogrado, de afianzamiento de un patriarcado masculinizante, de un racismo que busca el regreso al dominio de unos sobre los otros, de la misma especie, buscando la diferenciación racial, de una homofobia propia de los siglos mas oscuros; la gobernanza gira hacia el dominio por lideres trastornados psicológicamente o como mínimo haciéndose eco de algunas ideologías enfermizas.

En la última frontera del siglo XX y en el primer cuarto del presente siglo, se ha podido observar una constante en la aparición de lideres de gobierno, que presentan ciertos trastornos psíquicos o disfunciones racionales de la personalidad, que abocan a las sociedades actuales a deslizarse hacia un declive dramático y preocupante para el conjunto de la humanidad y con ello no quiero decir que no hayan existido con anterioridad, al contrario, el desarrollo de las civilizaciones han dejado testimonios de la crueldad, la ambición, la desmesura y la falta de comprensión, empatía y de una integración comprometida social y fraternalmente con el conjunto de la sociedad o los entornos sociales con los que les haya tocado vivir.

Pero la coyuntura creada a partir del cambio que se observa en el tránsito hacia los nuevos paradigmas que conducen a una nueva era, una nueva edad histórico – social, que sucederá a la que conocimos como edad contemporánea, nos hacen visualizar un periodo caracterizado por unos niveles de morbilidad preocupantes en la gobernanza.

Los trastornos narcisistas, la omnipotencia desmedida, la petulancia, la insensibilidad exacerbada, la falta de empatía, la egolatría, el afán de supervivencia en el poder, la agresividad, el histrionismo y en su conjunto las características asociales de los lideres y/o mandatarios responsables de la gobernanza de algunos estados, constituyen un patrón observable que se expande y contamina a los conciudadanos trasladando un efecto de toxicidad que provoca una alteración colectiva psicosocial, dando lugar a una sociedad vestida de ignorancia y sumergida en la confusión evolutiva que dará como resultado un desarrollo humano indiscutiblemente inmerso en una deformación cognitiva, comportamental y colectiva, un fenómeno de masas condicionado a través de la manipulación ejercida desde la gobernanza.

Algunos de estos síntomas y datos apreciables y de las características observables son diferenciados, pero en su mayoría son parecidos a los que se recogen en el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM), que son sugestivos de otros trastornos de la personalidad, tales como antisocial, histriónico y narcisista.

Algunos lideres, pueden ser difíciles de catalogar en los trastornos habitualmente descritos en la psiquiatría y la psicología clínica, como por ejemplo “Bibi” Netanyahu, un oportunista y superviviente nato, identificado con una ideología de ultraderecha 3.0, nacionalista religioso, padece de una personalidad relamida, egoísta y calculadora, su ansia de poder y su concepción malsana del sentido y el porque de la humanidad, lo convierten en un sectario; sin embargo, tiene la virtud de saber interpretar a la perfección las corrientes políticas subyacentes y de adaptarse a éstas, manipulando sobre la marcha. Su petulancia, su egolatría, su ausencia de empatía y de su incapacidad para reconocer las necesidades y los derechos de los otros, lo convierten en un líder conducente a la desestabilización y el desequilibrio de las sociedades que dependen directa o indirectamente de su gobernanza y el alcance de su poder.

Otro ejemplo significativo y corroborado por algunos estudios psicológicos que fueron publicados en el 2017 identificó un trastorno narcisista de personalidad (TPN) en el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump y muestran, que manifiesta claramente, sentimientos de grandeza, necesidad de admiración. Según el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales, DSM-5, define el TPN como un patrón dominante de grandeza y prepotencia, de alguien que exagera sus logros y talentos y espera ser reconocido como superior. Según estos criterios diagnósticos del TPN, Trump expone con frecuencia sus fantasías de éxito, su necesidad enfermiza de poder, su pretensión de demostrar su supuesta brillantez y pone a menudo de manifiesto, su falta de empatía con los entornos que lo rodean.

Estas personas suelen tener un lapso de atención muy breve, se exponen como seductores, muestran poco interés en las opiniones diferentes a las suyas, sus esquemas mentales son muy rígidos y su capacidad para procesar la información escrita suele ser limitada.

Por otra parte, Putin se caracteriza por un cierto maquiavelismo. Pretende legitimar el engaño, la manipulación y la mentira, son propias de su comportamiento, es claramente un seductor, alguien diría un encantador de serpientes.

Vicente E. Caballo Manrique, catedrático del departamento de Personalidad, Evaluación y Tratamiento Psicológico de la UGR, con relación al perfil psicológico de Vladimir Putin, destaca que el mandatario ruso, presenta un claro perfil de un narcisista con marcados rasgos antisociales, frío y sin manifestar ningún tipo de remordimiento por sus acciones.  Putin es un claro narcisista, asocial, que se siente omnipotente y no asume la responsabilidad de sus actos, lo que, si lugar a dudas se presenta como un gravísimo problema, dado el liderazgo que ejerce y la amenaza que representa.

Los narcisistas son personas complejas, con un amplio espectro de atributos y capacidades, en ocasiones de brillante oratoria y suelen hacer un buen uso de la retórica, al menos de forma superficial que los hacen atractivos, pero también tóxicos. Este trastorno no es incapacitante, pero las personas en los que se detecta no suelen ser confiables.

Emanuel Macron extraído de un viejo ritual edípico, decepciona a quien espera encontrarse un orador de verbo cálido o un dominador de la escena, devoto de Maquiavelo en el cinismo y en la frialdad, un embaucador. Claro ejemplo, del narcisismo en el poder.

Las personas que padecen este trastorno, generalmente responsables de la gobernanza o el liderazgo de organizaciones y estados, se sienten capaces de realizar grandes tareas, creen saberlo todo y que de ellos se esperan grandes cosas, por lo que actúan yendo un poco más allá de la moral ordinaria.

Paul Preston, describe a otro narcisista, pero con alguna patología asociada que lo hace presentarse como inhibido y hasta inofensivo, Francisco Franco: “Franco tenía una personalidad que se llama en psicología «border line». Es decir, personalidades muy divididas; doble personalidad. Por un lado, tenía una forma de comportamiento que parecía muy sana, racional, sensata y equilibrada porque hay una parte interna -el actor externo que se presenta a los demás- que crea la persona que ellos quieren ser y asumen ese papel con mucha convicción. Pero hay otra parte de sí mismos que siempre está ahí, en la oscuridad y entonces eso les crea el caos”. Su actitud mesiánica, intransigente, cruel e insensible ponen de relieve su TPN, pero con un trastorno asociado de personalidad base, que tal vez pidiese encuadrarse dentro del síndrome de Hubris, que desarrollaré más adelante.

En los últimos tiempos, psicólogos y psiquiatras de distintos lugares del mundo, preocupados por los perfiles de gobernanza mórbida, ha estudiado la psicopatología de un gran numero de dirigentes y lideres políticos.

«Las personas que padecen este trastorno, generalmente responsables de la gobernanza o el liderazgo de organizaciones y estados, se sienten capaces de realizar grandes tareas, creen saberlo todo y que de ellos se esperan grandes cosas, por lo que actúan yendo un poco más allá de la moral ordinaria».

El psiquiatra y psicoanalista austríaco-estadounidense Otto F. Kernberg analiza un tipo de trastorno narcisista de la personalidad acuñado por él: “el narcisismo maligno”. Constituye una variante de narcicismo que indica la presencia de una personalidad marcada por tendencias antipáticas, poco sociables y sociales, rasgos y comportamientos altamente autoritarios y ausencia de sentimiento de culpa y de conciencia autocrítica. 

En el año 2009, el psiquiatra británico David Owen y el psiquiatra Jonathan Davidson propusieron que el síndrome de Hubris fuese considerado como un trastorno psiquiátrico, (ya que no aparece clasificado para el DSM 5, que es el Manual de Diagnóstico y Estadística de salud mental DSMV) haciendo mención con ello de catorce síntomas que lo caracterizaban. Suelen ser personajes mesiánicos, excesivamente auto confiados, pueden presentar en ocasiones, ideaciones que podrían considerarse delirantes o al menos exacerbadas y alejadas de un proceso racional.

El síndrome de «hubris»: El término hubris o hybris (ὕβρις, hýbris) es un concepto griego que significa ‘desmesura’.

Simplificando mucho, se observa un cuadro psicopatológico, una mezcla de criterios diagnósticos del Trastorno narcisista de la personalidad, del Trastorno de la personalidad asocial o antisocial, del Trastorno de la personalidad histriónica y el trastorno límite de la personalidad TLP.

El mencionado Síndrome de Hubris está relacionado con el poder y, por lo tanto, cualquier persona en puestos de poder como los CEO de las corporaciones o persona que ostente un puesto de mando en cualquier organización, puede sufrir este síndrome. Podría decirse que es una adicción al poder, querer sobresalir desmesuradamente sobre el entorno en el que tienen que liderar, suelen caracterizarse por su arrogancia y prepotencia, adquirido o desencadenado por el poder y potenciado por el éxito. Un ego desmedido y una visión envidiosa en muchas ocasiones de los entornos más cercanos.

El presidente fallecido de Venezuela, Hugo Chávez, así como George W. Bush, Tony Blair, Arthur Neville Chamberlain, Adolfo Hitler y Margaret Thatcher han sido algunos de los políticos que, según puso de manifiesto David Owen, padecieron el síndrome de Hubris.

Como contraposición terapéutica al ‘Hubris‘ está la ‘Nemesis‘, que devuelve a la persona a la realidad a través de un fracaso.

«Salvando las distancias, inmediatamente después de visualizar todos los improperios lanzados por Milei y su comportamiento histriónico exacerbado, aparece la imagen de un personaje que reaccionaba de forma excesivamente agresiva ante las malas noticias, y este no es otro que Adolf Hitler».

Némesis, la diosa de la retribución, hizo que Narciso se obsesionara con su propio reflejo en un estanque. Incapaz de alejarse de su imagen, finalmente se lanzó al agua y pereció ahogado.

El recientemente investido como Presidente de Argentina, Javier Milei, podría enmarcarse entre el síndrome de Hubris o el Trastorno límite de la Personalidad, aunque algunos reputados psicólogos Clínicos y psiquiatras argentinos, se decantan por el Trastorno Explosivo Intermitente, que se encuentra descrito en el DSM 5, (Manual de Diagnóstico en psiquiatría y estadística en salud mental a nivel global) como un trastorno mental, caracterizado por episodios recurrentes de comportamiento agresivo y violento, en los que podría existir una tendencia o disposición a establecer un culto a la personalidad.

La psicoanalista y politóloga argentina Nora Merlín, analizó la situación de Milei y habló de “fragilidad psíquica”, violencia y mesianismo.

Salvando las distancias, inmediatamente después de visualizar todos los improperios lanzados por Milei y su comportamiento histriónico exacerbado, aparece la imagen de un personaje que reaccionaba de forma excesivamente agresiva ante las malas noticias, y este no es otro que Adolf Hitler.

Aunque sería necesario profundizar en un diagnóstico diferencial, efectuado a consciencia, examinando al paciente de forma minuciosa y mediante un proceso clínico bien definido, lo verdaderamente cierto, es que estos personajes adolecen de un trastorno de personalidad, importante, tóxico y perjudicial para el colectivo de personas que pueda llegar a afectar o depender de sus decisiones.

Desde esta perspectiva, Javier Gerardo Milei, – que había sido un chico retraído, reservado, al contrario de su hermana, una mujer extrovertida que ha mantenido una importante influencia sobre él – , responde a un perfil que se encuadra dentro de los trastornos mentales más críticos, y que puede presentar un pronóstico reservado de desequilibrio emocional y distorsión cognitiva.

Es cierto que podemos encontrar muchas otras personalidades políticas, que puedan constituir un riesgo importante para la gobernanza, como Bashar Háfez al-Ássad o Xi Jinping con una ambición implacable por su imagen, gracias a un culto a la personalidad nunca visto en China desde que Mao Zedong o en mucho menor medida, José María Aznar egocéntrico, narcisista, autoritario con un nivel de autoestima exagerado que choca con la realidad, pero en ningún caso podrían llegar a alcanzar la peligrosidad de un perfil como el de Milei.

Sin embargo, el avance de los populismos de extrema derecha, que ha reunido a nutrido conjunto de mandatarios “sui generis”, como Silvio Berlusconi, o el nacionalista hindú Nharatiya Janata Party, comienza a ser extremadamente preocupante, ya que los Salvini, Marine Le Pen, Trump, Bolsonaro, Orban, Abascal, etc., han venido para quedarse (Steven Forti, Extrema derecha 2.0).

Solo la toma de conciencia a través de una educación social, una lucha por conseguir una comunicación veraz y el establecimiento de un pensamiento crítico junto al rescate de una ilusión que sea capaz de enarbolar el combate contra la ignorancia podrán, tal vez, vencer un futuro aciago, que ya ha comenzado su desarrollo.