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Por una Sociedad más Sana, Libre e Igualitaria

Actualmente en las sociedades occidentales, la educación incentiva la autoestima, fomenta la competitividad, favorece el individualismo y no presta atención al razonamiento desde el pensamiento libre, sino que, por el contrario, suele inducir con frecuencia a cierta conceptualización banal, en un muy amplio sector de la ciudadanía, dogmática y parcial.

La pretensión de hacer que las personas, ya desde niños, se integren en un medio que los absorbe y los hace formar parte de una forma de ser conforme a las normas, usos y costumbres de una idea de sociedad y a los dogmas que se practican en dicho medio, constituye un intento de configurar una sociedad a la medida de determinados intereses y de un paquete de ideas, que podríamos denominar, en gran medida, anacrónicas y así amasados emocionalmente pasan a formar parte de un pensamiento condicionado y por lo general mediocre.

Según la teoría psicológica de Enrique Pichon-Rivière, la adaptación se entiende como la capacidad de proporcionar una respuesta adecuada y coherente a las exigencias del medio. Mientras la noción sociológica se centra en la compatibilidad de los hábitos con las características socialmente aprobadas, la psicológica enfoca el problema desde la capacidad intelectual y emocional para hacer frente a las demandas del entorno.

Pero en ningún caso, debe inducir al sujeto a coartar su pensamiento libremente conformado desde la razón analítica y reflexiva.

Pichon-Rivière distingue una adaptación pasiva expresada en comportamientos visibles ajustados a las normas, que sin embargo no implica modificaciones profundas en la estructura psíquica, de una adaptación activa, donde son las propias condiciones pulsionales del sujeto que se transforman, permitiendo a éste un contacto real y adecuado con su medio, pero desestima un molde estereotipado que pueda conducir al individuo a una alienación por la adaptación a la vida cotidiana.

A todo ello habría que agregar hoy, los fenómenos que afloran con el uso de las nuevas tecnologías, la Nomofobia (miedo a no poder usar el smartphone cada vez que se desea), la Whatsappitis (la hiperdependencia a la  aplicación de la mensajería instantánea, especialmente a los grupos), el Phubbing (no prestar atención siempre o parcialmente cuando estás con otras personas, especialmente cuando ignoras o te ignoran, por el uso del aparato), la Cibercondría (cuando el móvil se convierte en médico y cualquier pequeño detalle, síntomas o sospecha es consultada) y eso por citar algunos de los trastornos de la tecnofilia o las filo tecnofilias, o lo que comienza a conocerse  socialmente como las Adiciones a pantallas.

Sin lugar a ninguna duda estos trastornos, contribuyen a la distorsión del comportamiento e inducen, en muchas ocasiones, desde la ignorancia, a conformar personalidades mórbidas, ya que en muchas ocasiones estos factores se asientan en algún trastorno de base en la persona, lo que agrava, en ocasiones, el cuadro psicopatológico.

Estamos asistiendo a un momento en el que algunas prestigiosas universidades y países muy preocupados por su educación están reflexionando sobre el fanatismo filotecnológico. Los profesores asistimos cada día a un deterioro de la capacidad de comprensión lectora muy preocupante. Eduardo Montagut. Doctor y profesor de historia moderna y contemporánea

Todo ello contribuye a reforzar, cuando no a generar, a desarrollar desde los elementos de la propia psique, la Egolatría. Los egocéntricos son personas centradas en sí mismas y con frecuencia de una manera exagerada, de forma que presentan en ocasiones dificultades a la hora de relacionarse, y cuando no, se los percibe como tóxicos en las relaciones interpersonales. Suelen hacer prevalecer la autoridad al análisis o a la reflexión y muchas veces castran el pensamiento libre.

Un ególatra puede tener una personalidad encantadora y comportarse como un déspota a la vez. En las relaciones familiares y de pareja, pero también grupales, son aprovechados y manipuladores. [i]  

“Algunas personas no han entendido que la Tierra gira alrededor del sol, no de ellas”. Quino-Mafalda

Este trastorno no se aleja mucho del trastorno Narcisista de la personalidad. Según el DSM-V (Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales), este trastorno se caracteriza por los siguientes criterios:

La persona narcisista se concibe a si misma exagerando la autopercepción de su importancia, espera ser reconocido constantemente como superior entre sus iguales, suele manifestarse preocupado por su deseo de brillantez y de la influencia que ejerce o puede ejercer desde un cierto poder, concibe que son escasos aquellos que lo pueden comprender y tiende a relacionarse con personas que él considera especiales, son triunfadores o pertenecen a un alto status.

Los narcisistas suelen ser pretensiosos y requieren una admiración desmedida, pero a nivel personal suele comportarse como explotador, en ocasiones seduciendo y no imponiendo y en algunas circunstancias, los entornos en los que se relaciona lo perciben como arrogante.

A las personas con este trastorno les cuesta comprender lo que piensan y hasta los sentimientos de los demás. Sin embargo, detrás de esta máscara de absoluta auto confianza, no están seguras de ellas mismas y reaccionan fácilmente a la crítica.

Pueden sentir que sus relaciones interpersonales son conflictivas y poco satisfactorias, y es posible que los demás no disfruten de su compañía.[ii]

El trastorno de la personalidad narcisista causa problemas en muchas áreas de la vida, como las relaciones interpersonales, claro está, pero también en las organizaciones, en la política o en los asuntos financieros, en lo que no es descartable que se encuentren aquellos relacionados con la corrupción.

Presentan una gran dificultad en comenzar un proyecto o un camino nuevo relacionado con sus actividades; por un nivel inferior, al que consideran una humillación y les resulta difícil integrase en un grupo de trabajo, por el contrario, necesitan, en ocasiones, un grupo que trabaje y él o ellos están para dirigirlos.

Sin embargo, en las sociedades actuales, las personas que presentan trastornos de egocentrismo, narcisismo o que se referencian como tóxicos en los colectivos en los que actúan, no constituyen un alto porcentaje de la ciudadanía, como lo constituyen los personas que padecen tecnofilias y entre todos aquellos que presentan rasgos de personalidad como la Celotipia o el Egoísmo.

La Celotipia es una psicopatología que tiene como eje central una idea falsa de ser engañado o de ser traicionado por alguien al que él ama o cree que le quiere, que cuenta con su amistad o con un vínculo afectivo y no necesariamente debe existir una relación con esa persona y su percepción no tiene ningún argumento lógico o prueba de realidad que lo demuestre. Suele presentarse en personas inseguras, con un pensamiento poco desarrollado, más bien adaptado al medio y ello coincide con la evolución de la personalidad a la que hacía referencia al comienzo de este artículo.

Lo mismo sucede con el Egoísmo, una característica de conducta que alcanza el grado de egocentrismo, pero que de alguna forma presenta un inmoderado sentido de importancia de si mismo, descuida a los demás y busca el reconocimiento de aquellos a los que no les presta la suficiente atención y sin embargo, requiere para sí, lo que a ellos el entorno les otorga.

Pero en su conjunto, sí que son capaces de influir de manera masiva y muchas veces dañina en la sociedad o en los entornos en los que se relacionan y es así como una parte de la sociedad se ve condicionada, por la extrapolación de sus rasgos de comportamiento.

Todas estas conductas, con sus rasgos y trastornos, todas estas personalidades construidas al albur y al capricho de los espacios de socialización que les ha tocado vivir y las transformaciones por los cambios traídos a las nuevas sociedades del siglo XXI nacidas en esta nueva era de las tecnologías, no contribuyen a la constitución de sociedades libres, justas e igualitarias, donde debe primar la conciencia colectiva y una racionalidad libre capaz de aglutinar a la ciudadanía en torno al espacio público.

Sociedades que, de alguna manera, se encuentren vinculadas a través de un ligamen no consciente que se aglutine en torno a la razón y a los componentes culturales que mas allá de cualquier diferencia, haga prevalecer la concordia convivencial. Una vinculación que permita superar cualquier circunstancia traumática, crisis o situaciones de extrema dificultad, en definitiva, una resiliencia, capaz de potenciar la felicidad en el espacio común y público que comparte como sociedad estructurada.

Generar la posibilidad de que a través de la conjunción de voluntades se forme una entidad psíquica capaz de influir en la realidad. De forma similar a lo expuesto por Carl Gustav Jung sobre el inconsciente colectivo.

Un egregor producido por una poderosa corriente de pensamiento colectivo. Cuando un determinado número de personas, ciudadanos/as libres se concentran juntas con el objetivo de hacer posible una comunidad mejor, con intensidad, son capaces de desarrollar, algo parecido a una energía común. Todos sabemos acerca de este efecto estimulante, que podemos comprobar al compartir con otros un buen proyecto y un momento intenso. La actividad concentrada recoge las intenciones de cada uno en una conciencia colectiva que parece llevar el conjunto.[iii]

El esfuerzo para conseguir, lo que aparentemente se encuentra en la utopía, lo encontraremos en la educación, una formación dirigida a combatir la ignorancia, a conseguir un pensamiento libre y racionalista, una educación que pueda alejarnos de las fobias y acercarnos a comprender las diferencias, una educación capaz de componer un mestizaje universal basado en el respeto, la igualdad y centrado en la propia persona, en el propio sujeto, mas allá de cualquier tecnología, que paulatinamente en la evolución de la personalidad, nos conduzca a construir personalidades significadas por la felicidad, que no es otra cosa que encontrarse a si mismo y libremente formar parte del todo.

[i] https://lamenteesmaravillosa.com/egocentrismo-el-culto-al-yo/
[ii] https://www.mayoclinic.org/es
[iii] Lucile de La Reberdiere INREES – Institut de Recherche sur les Expériences Extraordinaires

Sopar Col·loqui de final de cicle 2022-2023

El Club Liber Cogitatio celebrarà, el proper divendres 30 de juny, el sopar debat de Sant Joan amb el que es farà la cloenda del cicle 2022-2023, amb una ponència de Karina Gibert que tractarà sobre «Ètica i Intel·ligència Artificial».

Us hi esperem!

LIBREPENSAMIENTO Y MUJER EN LA ESPAÑA DEL XIX: EMANCIPACIÓN Y PATERNALISMO, por Eduardo Montagut

Al igual que en relación con el sufragio, la militancia en las fuerzas republicanas y obreras, y la participación en la masonería, en el ámbito del librepensamiento a la hora de tratar sobre la mujer, durante el siglo XIX, hemos constatado que se basculó entre la defensa de la emancipación de la misma y el ejercicio de un indudable paternalismo.

En este breve apunte queremos demostrar nuestra afirmación en el mundo del libre pensamiento a través de un texto significativo que publicó Las Dominicales del Libre Pensamiento, es decir, en el periódico más vinculado con la defensa del librepensamiento en la España entre el siglo XIX y el XX, que salió en enero del año 1906. No lleva firma, pero imaginamos que fue escrito por algún redactor o corresponsal del semanario.

La tesis, semejante a la que se terminaría por defender en algunos sectores políticos en relación con el derecho al sufragio femenino en el siguiente siglo, se basa en la supuesta constatación de la minoría de edad de la mujer en lo político e intelectual, fruto, más que por la dominación masculina secular, por la influencia o poder de la Iglesia sobre la misma. El clero manipularía a la mujer en lo político, pero también en relación con la educación y moral que enseñaban en casa para perpetuar, por un lado, el dominio de los sectores políticos conservadores, y, por otro, de la propia Iglesia Católica en la moral, conductas, educación y valores.

El medio más eficaz para combatir el clericalismo, según se afirmaba en la columna, debía basarse en “descatolizar” la mujer. Era responsabilidad de los hombres librepensadores emprender esta tarea para enseñar a la mujer el camino correcto. Así pues, bien es cierto que se buscaba o pretendía defender la causa de la libertad de conciencia en relación con la mujer, pero ésta se encontraba para ellos en una posición que podríamos definir de minoría de edad.

Esa labor pasaba por mostrar a la mujer el mal que se hacía a sí misma mientras permaneciese en ese estado de ignorancia, pero no se cuestionaban, en realidad, las causas por las que la mujer no tenía la misma educación que el hombre, y no se realizaba ninguna autocrítica sobre el dominio que el hombre, independientemente de sus ideas, ejercía sobre la mujer.

Esa labor pasaba por mostrar a la mujer el mal que se hacía a sí misma mientras permaneciese en ese estado de ignorancia, pero no se cuestionaban, en realidad, las causas por las que la mujer no tenía la misma educación que el hombre, y no se realizaba ninguna autocrítica sobre el dominio que el hombre, independientemente de sus ideas, ejercía sobre la mujer.

Esa supuesta ignorancia le hacía a la mujer “creer en una divinidad que no existía” y mientras adorase imágenes y símbolos y estuviera en los confesionarios, el librepensamiento no tendría la fuerza que debía de tener. Así pues, sin dudar de que se podría pretender la emancipación de la mujer en este terreno del libre pensamiento, también es cierto que el objetivo final era el progreso del libre pensamiento en general, siendo el principal obstáculo la mujer.

La columna periodística casi era un llamamiento a los librepensadores para que se conjurasen en el deber de apartar “esa imbécil superstición de la mujer”.

Todo pasaba por la educación desde niñas para cuando saliesen de la escuela laica se apartasen de los templos.

El autor criticaba el papel hasta ese momento de las madres, porque con su dependencia del clero inculcaban a sus hijos el fanatismo religioso.

En conclusión, para que se produjese el triunfo del librepensamiento había que alejar a la mujer de todo lo referido a la religión, y, en segundo lugar, emprender una labor educativa.

Hemos consultado el número del doce de enero de 1906 de Las Dominicales del Libre Pensamiento.

LA MUJER Y EL DIVORCIO EN FRANCIA: LA LEY NAQUET, por Eduardo Montagut

Alfred Naquet

El divorcio por mutuo acuerdo e incompatibilidad llegó con la Francia revolucionaria en 1792, pero la Restauración lo derogó, y no fue hasta 1884 con la Ley Naquet cuando se reintrodujo este derecho, aunque no permitía el mutuo acuerdo, algo que tuvo que ser reformado en 1975.

El médico, químico y político Alfred Naquet (1834-1916), que se destacó por su lucha por la separación de la Iglesia y del Estado, tuvo que empeñarse para poder restaurar el divorcio en Francia. Tuvo varios fracasos, pero consiguió que fuera una cuestión que se debatiera en la primavera de 1884. El debate fue intensísimo porque fue uno de los temas donde se enfrentaron dos mentalidades: la católica y la laica, generándose una verdadera campaña mediática antisemita contra el político. Al final salió la Ley con una amplia mayoría, gracias al apoyo de las distintas izquierdas.

La Ley no establecía el divorcio por mutuo acuerdo o por incompatibilidad de temperamento, como hemos expresado. Se necesitaba demostrar que había habido excesos, abusos, graves agravios o que había condena de una “pena afligida o infame” que hiciera imposible o intolerable mantener el vínculo matrimonial. La prueba de la culpa era, por lo tanto, fundamental para que se dictase una sentencia de divorcio. El divorcio podía ser solicitado tanto por el marido como por la mujer, pero ahí comenzaba otro problema, además del enunciado sobre la falta del mutuo acuerdo. Nos referimos a si existía o no un plano de igualdad entre el hombre y la mujer a la hora de ser atendida una demanda de divorcio.

No podemos contestar con rotundidad a esta pregunta, pero sí hemos querido aportar la opinión vertida en una revista socialista española, Vida Socialista, de octubre de 1912 donde se reflexionaba sobre esto, y presumiblemente para el caso francés porque en España no había divorcio. Es una opinión, un testimonio y una crítica, pero creemos que puede ofrecernos alguna pista.

Efectivamente, hemos encontrado un artículo, firmado por “Vice Gama”, titulado “El divorcio unilateral” donde se afirmaba que con la ley vigente la mujer no conseguía casi nunca el divorcio contra la voluntad de su esposo. La prueba de los hechos le era costosa, y se convertía en la “parte débil”, y la ley no parecía amparar a esta parte porque, en opinión del articulista, no quería “ponerse a mal con el más fuerte”. Afirmaba, además, que conocía muchos casos.

En esta indefensión jugaba el hecho de que, al parecer, la ley vigente les restaba a las esposas el testimonio de los descendientes y hasta la “confesión del victimario”, que podría obtenerse mediante un interrogatorio, aunque esta excepción, explicaba, era contradictoria con otra disposición de la misma ley, que expresaba ser suficiente el testimonio de la sentencia recaída en el juicio criminal que se hubiera seguido, cuando ella podría estar perfectamente basada en la confesión. El autor propugnaba, en conclusión, que se estableciese de inmediato el divorcio cuando lo solicitase insistentemente la mujer y se demostrase ante la justicia que no era fruto de un arrebato sino la constatación de una situación de “amargura o de martirio”. El artículo se publicó en el número 139 de Vida Socialista (1912).

Nova ponència amb Antonio Rovira Viñas

El passat divendres 14 d’abril Antonio Rovira Viñas ens va oferir la seva ponència «Guerra i Pau: veritat i realitat».

Antonio Rovira Viñas és catedràtic de Dret Constitucional i membre del Consell de Govern de la Universidad Autónoma de Madrid. Va ser director del Màster en Governança i Drets Humans de la UAM al 2016 i director de la Fundación Santillana. Director de la Càtedra UNESCO de Cultura de Pau i Drets Humans. Va ser director de la Universitat Internacional Menéndez Pelayo, a Barcelona, des del 1981 al 1984.

Antonio Rovira va fer una anàlisi jurídic dels conceptes «guerra» i «pau». Segons va explicar el conferenciant, el concepte de «guerra» ha quedat en desús (fins i tot, algunes constitucions prohibeixen expressament la guerra), ja que aquest ens remet a pràctiques bèl·liques característiques de l’edat mitjana i, en quansevol cas, manté la seva vigència en societats en vies de desenvolupament. Així, és innegable que avui en dia segueixen existint conflictes, però en el món desenvolupat la conflictivitat tendeix a adquirir un altre caràcter i es manifesta a través de conflictes econòmics, informatius, culturals o tecnològics. Rovira Viñas va analitzar també el conflicte armat que està tenint lloc a les custures d’Europa: el conflicte armat entre Rússia i Ucraïna. El ponent ha explicat com Rússia ha intentat evitar el terme «guerra» per a referir-se a l’atac com a «operació especial», per així evitar vulnerar la legislació internacional. Malgrat aquest conflicte, Antonio es va mostrar optimista respecte al mateix, sostenint que Rússia té les de perdre i que, a més a més, pagarà molt car el seu atreviment.

Enllaç a la conferència:

https://www.youtube.com/live/Gu6I8-ViQCc?feature=share

Eduardo Montagut ofereix una ponència sobre Francmaçoneria

El passat 3 de febrer, el Club Liber Cogitatio va organitzar un sopar col·loqui que va comptar amb una notable assistència. En aquesta ocasió, el ponent va ser Eduardo Montagut. Montagut va oferir una conferència sobre la Francmaçoneria, titulada «Masonería e Ilustración: espacios de sociabilidad y especulación», que va tractar sobre com el naixement de l’Orde va suposar una nova forma de sociabilitat que va reeixir en tant que la fraternitat reunia a membres de diferents estaments i, sobretot, va esdevenir un espai de circulació d’idees al marge de l’absolutisme de l’època.

Eduardo Montagut és doctor en Història Moderna i Contemporània per la Universidad Autónoma de Madrid, exerceix com a professor d’Educació Secundària i és editor del diari digital El Obrero. Ha publicat nombrosos llibres i és autor de diversos treballs d’investigació en història moderna i contemporània, així també com de memòria històrica. Ha sigut membre del grup Memoria Historica del PSM-PSOE. Mestre maçó, Venerable Mestre President de la Lògia Razón, que pertany a la Gran Logia General de España.

Masonería e Ilustración: espacios de sociabilidad y especulación.

El siglo XVIII, con precedentes en el anterior, generó nuevos espacios de sociabilidad y especulación al calor de las luces, con ánimo de discutir, plantear, enseñar y también divertir con novedades científicas, artísticas, filosóficas, literarias, económicas, sociales y hasta políticas. Estaríamos ante el auge de las Academias, y Reales sociedades científicas o Económicas de Amigos del País, corporaciones más o menos vinculadas a los distintos poderes, por los que la tutela del despotismo ilustrado evitaba conflictos y cuestionamientos profundos del Antiguo Régimen. Pero, al menos, aunque fuera también a mayor gloria de unos monarcas, en teoría “filósofos”, se generaba un tráfico de conocimientos y experiencias.

Otros espacios parecían más libres, es decir, las tertulias y los salones, pero al ser públicos pesaba también la vigilancia de esos poderes, aunque fuera de manera indirecta y no a través del patronazgo. Por fin, estarían las logias masónicas donde la independencia era más factible, cubiertas por el halo del misterio, del secreto o, al menos de la discreción, aunque no se vieran del todo libres de intervenciones, supervisiones y, sobre todo, en determinados Estados, hasta perseguida, como ocurría en España, por ejemplo, precisamente donde la Ilustración era más débil.

La Masonería adquirió en el siglo XVIII, por lo tanto, un evidente protagonismo, más que para poder discutir en su seno las ideas ilustradas y del primigenio liberalismo, aplicar las mismas porque en el templo, en el taller, se practicaba la igualdad, principio revolucionario que cuestionaba la desigualdad jurídica de la sociedad estamental, además de la libertad y la fraternidad. Acudir a una tenida se convertía en un momento clave para estos hombres y también mujeres que podían, durante un espacio de tiempo determinado y de forma periódica, relacionarse dentro de una estricta jerarquía, a la que, en cierta medida estaban acostumbrados, pero que no surgía de una imposición secular, sino que nacía de la democracia. Así es, las constituciones de la institución, con salvedades y particularidades propias de cada Oriente y/o logia, establecían que las decisiones más importantes debían ser tomadas por todos los hermanos en las tenidas o asambleas, es decir, la iniciación de nuevos miembros, la elección de los cargos, y los propios cambios o reformas de los estatutos o reglamentos. Y la igualdad, insistimos, era un hecho evidente, que respetaba, como hemos expresado, la jerarquía interna propia de grados y oficios, pero que eliminaba las profanas, y permitía la libre manifestación de las opiniones. Por fin, la fraternidad, al ser todos hermanos y/o hermanas, traspasaba también las barreras estamentales del mundo profano, es decir, del exterior.

«Acudir a una tenida se convertía en un momento clave para estos hombres y también mujeres que podían, durante un espacio de tiempo determinado y de forma periódica, relacionarse dentro de una estricta jerarquía, a la que, en cierta medida estaban acostumbrados, pero que no surgía de una imposición secular, sino que nacía de la democracia»

Pero, además, muchos de los estatutos, constituciones o reglamentos masónicos también insistían en que no se debían establecer diferencias en relación con la confesión religiosa, la nacionalidad, además de la posición social o la riqueza material de sus miembros, es decir, que, más allá de la superación de las barreras estamentales también se pretendían derribar entre las columnas del templo las religiosas y las de la nacionalidad, en una clara apuesta por el cosmopolitismo antes del estallido de la pulsión nacionalista del siglo XIX.

La Masonería, además, tenía una característica, a la que ya hemos hecho referencia, que la hacía especial, y era el secreto o la discreción y el juramento del silencio, que no existía en otros ámbitos, suponiendo un seguro de vida en una estructura política siempre vigilante contra cualquier tipo de disidencia.

Así pues, la logia se convirtió, a nuestro entender, en una suerte de espacio utópico, que surgía en el momento mismo que se cerraban las puertas del templo y se iniciaban los trabajos, como se dice en Masonería, al resguardo no sólo del ruido profano, sino también de sus estructuras políticas y sociales profanas. Insistimos mucho en este aspecto práctico de la Masonería más que en el teórico porque no parece que abundaran las logias donde se especulase filosóficamente sobre los nuevos principios de organización política y social, aunque existieran algunos casos.

Otra matización que hay que tener en cuenta es que ese espacio, que hemos denominado utópico, no estuvo libre de conflictos internos, y la democracia tuviera evidentes fallos, especialmente cuando se pasaba al ámbito de los grandes grados, porque se desarrollaron prácticas oligárquicas y elitistas que impedían que dificultó el paso a los mismos a muchos hermanos.

El atractivo que suponía el nuevo espacio de sociabilidad, crítico por su forma de funcionar internamente, aunque no porque emitiera ideas al exterior de forma oficial, algo no propio de la naturaleza masónica, además de impensable en una época absolutista, por mucho que estuviera barnizada de progreso bajo el paraguas del despotismo ilustrado, provocó que se acercaran a la Masonería quienes poseían un espíritu inquieto y crítico.

En primer lugar, existía una aristocracia crítica contra el nivel al que había llegado el absolutismo con Luis XIV, es decir, la nobleza francesa de la época de los Duques y la Regencia, y que pretendía el establecimiento de un modelo monárquico distinto del que se había entronizado en Versalles.

Junta a esta nobleza crítica, existía una burguesía cada día más fuerte económica y socialmente, pero que no encontraba un cauce para participar ni gracias al naciente despotismo ilustrado que, en realidad, nunca trastocó claramente las estructuras sociales estamentales, por lo que iba más allá que gran parte de la nobleza crítica, más interesada en recobrar libertades y privilegios desterrados por el Rey Sol que en insistir en los principios de libertad e igualdad. En todo caso, también iría surgiendo una creciente nobleza que, con veleidades intelectuales, se fue acercando a los principios ilustrados. En las logias, por lo tanto, comenzaron a hermanarse nobles y burgueses, mucho antes de lo que luego se vería en el Juramento del Juego de Pelota.

Por fin, convendría también matizar que no todos los que se iniciaron en el siglo XVIII poseían un espíritu inquieto y crítico, y que muchos ingresaron por moda, o por socializar dentro del templo o en los ágapes y banquetes consiguientes. Los motivos para ser iniciado en Masonería son en toda época muy diversos, como diversa es la naturaleza humana, y hay que tener en cuenta que no siempre obedecen a los altos ideales que la Orden se ha propuesto desde sus inicios en el ámbito especulativo.

Pero si hemos vinculado a la Masonería con la Ilustración en esta tesis, debemos seguir haciéndolo paras seguir con las matizaciones. Así pues, ¿no fue la Masonería siempre muy respetuosa con el poder político del momento y con la Iglesia, como ocurrió con gran parte de la Ilustración?, ¿no estaríamos viendo en la Masonería las mismas contradicciones que gran parte de la Ilustración generó a su vez? A la primera pregunta no podemos negar que así fue. Pero a la segunda pregunta hay que matizar porque debemos entender cual es la naturaleza de la Masonería. Es cierto que la Ilustración podría haber sobrepasado los límites y no lo hizo, aunque proporcionó el bagaje intelectual para una generación revolucionaria más joven, pero la Masonería no nació, en realidad, para ser una institución, organización o corporación con el fin de luchar contra el orden, por lo que, según este último planteamiento no sería contradictoria como la Ilustración.

Pero otra cosa fue lo que sintieron algunos masones con el paso del tiempo, especialmente al descubrir esa naturaleza escrupulosa o respetuosa con el orden establecido, o cuando vieron que el método masónico, basándose en principios que en ese momento si era revolucionarios, pretendía que el iniciado trabajase individualmente con los mismos, pero no que la institución animase a tomar la Bastilla. Entonces, para una porción importante de masones el espacio utópico de la logia ya no servía en vísperas de 1789, porque querían que la igualdad, la libertad y la fraternidad se practicara fuera, en el mundo profano, y no sólo unas horas en cada tenida, celebrada periódicamente.

La Masonería, en consecuencia, no conspiró contra Luis XVI ni contra el sistema de brazos de los Estados Generales. No causó la Revolución, como pretendió demostrar la literatura antimasónica desde ese momento. Pero no se puede negar que los principios masónicos sustentaban los de una nueva sociedad, de la que nosotros somos herederos directos.

El ejercicio de sus principios en logia, en la tenida semanal, quincenal o mensual, habituó a muchos a una nueva forma de entender las relaciones en comunidad, y ayudó a la reflexión personal para luego trabajar en el mundo exterior o profano en el ámbito de cada uno. Muchos no entendían como las logias no salían a la calle a tomar la Bastilla o a presionar a la Convención, pero es que ese nunca fue el objeto de la Orden. El método masónico era muy ordenado, respetuoso y tranquilo, pero conformaba un carácter completamente contrario al absolutismo, las desigualdades y los privilegios estamentales.

«El método masónico era muy ordenado, respetuoso y tranquilo, pero conformaba un carácter completamente contrario al absolutismo, las desigualdades y los privilegios estamentales»

Hoy en día, en los debates sobre la presencia de la Masonería en el mundo profano y ante los graves problemas de todo tipo que existen, seguramente la reflexión sobre el método masónico, y que hemos visto en el siglo XVIII, nos puede ayudar a comprender lo especial que es la Orden, completamente distinta a un lobby, un partido, un sindicato o cualquier tipo de organización reivindicativa. Si la Masonería del siglo XVIII ayudó a formar personas iguales, libres y fraternas, y eso era contrario al orden establecido, la del siglo XXI puede ayudar a lo mismo, es decir, a hacer personas iguales, libres y fraternas, en un orden que sí, ahora acepta esos principios, pero que los conculca con mucha facilidad y frecuencia.

Nueva ponencia con Quim Brugué

En el día de ayer se llevó a cabo la última cena debate de este ciclo, con la participación del catedrático Quim Brugué, de la UdG. El planteamiento giró en torno a ¿Ciudadanos o súbditos, usuarios o clientes?

La política vive momentos de descrédito, justo ahora, cuando más la necesitamos. Con esta premisa, el autor reclama –a contracorriente– que no se utilice ese descrédito para destruirla sino para reformarla y dignificarla. La destrucción de la política, principal fuerza civilizadora de nuestro mundo, sólo puede conducirnos a una nueva barbarie. Es posible que esta situación convenga a algunos sectores, pero la mayoría de ciudadanos –las personas que no forman parte de estos sectores privilegiados– deberían coincidir en la defensa de la política; la buena política, por supuesto, aquella que nos ha permitido y nos permitirá convivir y lograr una existencia plena, tema de fondo de su libro Es la Política, Idiotas.

Con un nutrido grupo de asistentes se produjo un enriquecedor debate. que fue moderado por el, presidente de Liber Cogitatio el Dr. Andrés Cascio

Miguel Morayta (1834-1917)

El siglo XIX tuvo, también en nuestro país, rostros ilustrados, democráticos y constitucionalistas.

Uno de los muchos males que nos aquejan es el desinterés y la ausencia de conocimiento de nuestra historia, sobre todo la del siglo XIX, que debería sernos tan útil para descifrar nuestro presente. Este hándicap es más grave de lo que parece. La falta de memoria nos hace vagar en una nebulosa. Quizás, por eso, se sustituye tan a la ligera un relato histórico, veraz, crítico y solvente… por ocurrencias, interpretaciones interesadas tan falaces y faltas de rigor como repletas de dogmas.

Hay motivos más que suficientes para interesarnos por esos hombres y mujeres que, desde las Cortes de Cádiz, dedicaron su inteligencia y sus mejores esfuerzos a modernizar el país, a democratizar sus instituciones… y frente a tanto oscurantismo, conectarlo con las corrientes políticas y culturales de los países europeos de nuestro entorno.

Probablemente, pocos lectores sabrán quien fue Miguel Morayta. En buena medida, no es culpa suya. Sobre estos hombres y mujeres ha caído una pesada losa de silencio que los mantiene injustamente en el olvido. Sufrieron múltiples zozobras y vieron su vida y su libertad amenazadas, sin embargo, gozaron de un carisma y de un talante emprendedor y contagioso, eran reflexivos, tenían inquietudes filosóficas y aprendieron a encajar los golpes adversos, con serenidad.

Miguel Morayta como iremos desgranando, fue un político y escritor, un catedrático que en sus textos dio una interpretación de la historia de España liberal y racionalista, un republicano convencido y convincente y un masón destacado.

Obvio es señalar que sobre la masonería se acostumbra a pasar como de puntillas o, lo que es peor, la mención se resuelve con unas cuantas descalificaciones, algunas de grueso calibre. Baste recordar el latiguillo ‘la conjura judeo-masónica-liberal’.

Despierta poco interés la Revolución del 68 que, sin embargo, fue un intento de dar un giro significativo a la historia de nuestro país y que de haber triunfado y perdurado en el tiempo sus efectos, los acontecimientos probablemente, hubieran discurrido de una forma bien distinta a como transcurrieron.

Miguel Morayta participó activamente en ella. Fue diputado en diversas ocasiones y defendió los valores republicanos que habían contribuido al progreso de varios países de nuestro entorno. Es uno de esos hombres que aportan luz a la existencia. Creía en el imperativo categórico kantiano, quizás por eso, se negaba a cualquier forma de camuflaje y se le puede considerar, sin exageración, como arquetipo de resiliencia y de fortaleza interior.

No es difícil imaginárselo durante alguno de los malos momentos de la Restauración, disertando con valentía, sobre la libertad de cátedra que, como en tantas otras ocasiones, tenía que defender de los ataques reaccionarios y fundamentalistas de un tradicionalismo trasnochado.

En modo alguno, era un iluso. Tenía una brújula interior que lo guiaba y una capacidad de comprender y orientarse ante los hechos, fueran estos favorables o adversos.

Era optimista, mas prudente. Por eso, obraba con inteligencia y cautela sabiendo que los azares del futuro… en buena medida son imprevisibles. Su verbo era flexible y certero. Intuyó que quienes hablaban de seguridad lo que buscaban en realidad era achicar el espacio de la libertad.

El camino que recorrió era difícilmente transitable, además tuvo que soportar y conllevar algunos compañeros de viaje poco fiables. Supo entrever sagazmente que la inseguridad es un terreno resbaladizo que engendra más y más posibilidades para el autoritarismo.

Los seres humanos nos mostramos, la mayoría de las veces, vulnerables ante las amenazas. A lo largo de su vida demostró que daba su apoyo y se comprometía con lo que hace la vida, digna de ser vivida.

En todas las épocas las alienaciones han constituido un instrumento de dominio, mas en las sociedades cerradas –y cuanto más cerradas, peor- quienes las promueven las han acabado convirtiendo en el espejo de Narciso que terminaba engullendo a quienes se veían reflejados en sus aguas. Miguel Morayta por el contrario creyó con pasión en las posibilidades humanas de influir en la marcha de las circunstancias.

Para personalidades como la suya, llevar a cabo una labor pedagógica y seminal, formaba parte de las obligaciones que se auto imponía. Sus artículos y colaboraciones aparecían en publicaciones como La República Ibérica, La Reforma o El Popular de Málaga.

Se mostró muy activo durante el Sexenio Democrático. En esos años fue diputado por Loja (Granada). Durante la Restauración continuó siendo combativo y fue, también, parlamentario por Valencia y finalmente por Madrid, sin renunciar nunca a sus principios y valores republicanos.

Conviene poner de manifiesto algunas cuestiones que ayudarán a formarse una idea más completa de Miguel Morayta. Fue, sin la menor duda, anticlerical y masón, mas nunca ‘comecuras’. Admiró a Emilio Castelar y durante la I República fue secretario general del Ministerio de Estado. En cuanto a su vinculación con la masonería, llegó a alcanzar el Grado 33 y llevó a cabo una labor intensa de unir las diferentes logias masónicas. Sus restos yacen en el cementerio civil de Madrid.

Durante el siglo XIX vivieron en nuestro país una serie de hombres íntegros que hicieron lo posible porque evolucionara hacia el pensamiento, la ciencia, la cultura, el laicismo y las instituciones públicas democráticas. Mi padre solía repetir una frase de Fernando de los Ríos:”En España la única revolución pendiente, es el respeto”, no le faltaba razón.

La de Morayta era una mirada limpia, serena. Se advierte en ella lo resolutivo y persistente de su carácter. Tenía sentido del humor. Estoy convencido -la vida, me da cada vez nuevas razones para ello-, que la ironía es la mejor arma para protegerse de las creencias ciegas.

Pensaba que la libertad era, las más de las veces, la capacidad que tenemos para pensar por nosotros mismos. Acudía con frecuencia, tanto en sus escritos como en su conversación, a expresarse de forma pedagógica. La labor pedagógica bien entendida, no es otra cosa que un intento de conducir la curiosidad intelectual hacia el conocimiento.

En cuantas tareas desempeñó dejó tras de sí sobradas pruebas de su elocuencia, inteligencia e incorruptibilidad. Solía seguir el camino que le marcaba su brújula interior y, las más de las veces, no se equivocaba. Quizás una de sus preocupaciones esenciales era profundizar en la condición humana.

Estudió en la Universidad Central, derecho y filosofía. Una prueba más de su curiosidad intelectual es que se doctoró con un texto brillante y lleno de erudición, más también, afán por comprender el legado del Renacimiento, que lleva por título Petrarca en sus relaciones con el arte moderno.

Dice mucho de un hombre, con preocupaciones históricas, los temas por los que se interesa y que trata. Escribió un ensayo histórico, político y social sobre la Comuna de París. Otra de sus aportaciones, más que interesante, es una Historia de la Grecia Antigua. Como ya hemos apuntado, anteriormente, trató en varias ocasiones sobre la libertad de cátedra, porque cuando esta libertad está en peligro… también lo están otras. De especial interés, me parece, su obra Las constituyentes de la República española, que publicó en Paris en 1907 y donde expone sus ideas y experiencias sobre la I República, interpretando los hechos con agudeza y objetividad pese a haberlos vivido, lo que siempre se presta a un cierto subjetivismo. Escribió mucho más, pero valgan las obras enumeradas, para que nos hagamos una idea de que no debe pasarse a la ligera por este historiador, político y escritor.

Otra de sus características es que se mostraba, con firmeza y lealtad, amigo de sus amigos. Lo fue de Emilio Castelar, sobre quien escribió un libro poco conocido, ya que termina justo donde empiezan otros, dedicado a comentar la vida de estudiante del IV Presidente de la I República y sus primeros pasos en política. Igualmente, se relacionó con el federalista Francisco Pi y Margall, juntos pusieron en marcha la revista La Razón, un más que interesante proyecto que no duró demasiado.

Con lo anteriormente expuesto, no debe extrañarnos que cuando el Marqués de Zafra cesó a Castelar junto con Nicolás Salmerón y otros, Miguel Morayta dimitió en señal de protesta.

Su actitud valiente y decidida le acarreó no pocos disgustos. La coherencia y la firmeza en los valores, nunca están bien vistos por los fundamentalismos. Cuando Manuel Orovio, ministro de Fomento, mediante un Decreto quiso supervisar los libros y programas universitarios, nuevamente se puso en contra de esta forma burda de censura. Pocas veces se han pronunciado unas palabras tan contundentes y memorables sobre la libertad de cátedra como las siguientes: ’el profesor en su cátedra es libre, absolutamente libre, sin más limitación que su prudencia’

Este rasgo democrático le acarreó la protesta de los obispos y la excomunión. Animo al lector a que lea este discurso ya que es accesible y, demuestra bien a las claras, el temperamento, el valor y los valores republicanos de Miguel Morayta. Otro rasgo de valentía de los muchos que realizó, fue su defensa de los filipinos, por la que numerosos diputados pretendieron expulsarlo del Parlamento.

Algunas veces, se ha dicho de él que fue un hombre prometeico. Coincido plenamente. A lo largo de su vida fue pródigo en regalar el fuego del conocimiento a sus conciudadanos, aunque con escaso éxito.

Su existencia estuvo guiada por un sentido de la justicia y por un concepto exigente de la moralidad. Creyó con firmeza en la democracia, mas en una democracia ilustrada. De una forma u otra, la herencia de la Ilustración está presente en el mejor liberalismo español. Se esforzaba por tender puentes de convivencia y porque la sociedad civil tomara conciencia de sus derechos y deberes y adquiriera un mayor protagonismo.

Para él –y lo señala repetidamente en sus textos- el individuo debe estar al servicio de la sociedad. De ahí que sea tan necesaria la educación en los valores democráticos.

En numerosas ocasiones criticó certeramente el peligro de un individualismo insolidario, en virtud del cual ciudadanos presuntamente valiosos, abdicaban de sus deberes y se despreocupaban de la vida pública. Morayta los consideraba carentes de nervio, superficiales y mezquinos.

Los problemas que plantea la realidad, en cada momento y circunstancia histórica, estamos obligados a intentar resolverlos –o al menos a no empeorarlos- por ineptitud o intereses espurios.

Como historiador pensaba que la sociedad está ahí para indagar sobre ella y, en el mejor de los casos, aprender a transitar el difícil camino que va de lo cuantitativo a lo cualitativo. Probablemente, la verdad es inalcanzable… más hay que verla como meta suprema del conocimiento.

Con estas premisas no puede extrañarnos que combatiera, con rigor, la arbitrariedad, la corrupción y el oportunismo.

Hizo cuanto pudo por ayudar a extender los valores republicanos. La virtud individual es apreciable, mas resulta alicorta e insuficiente, si no se compromete a mejorar el cuerpo social.

Finalizo aquí estas reflexiones sobre Miguel Morayta. A través de su figura y su ejemplo, creo que pueden rescatarse una forma de entender el compromiso político, los valores republicanos y la herencia de la Ilustración en determinados momentos claves del controvertido y, con autosuficiencia, ignorado y despreciado por muchos siglo XIX.

El librepensamiento, eje vertebrador de una sociedad más fraterna e igualitaria

El pensamiento equidistante entre cualquier tipo de creencias, desde el respeto, la libertad de conciencia y la laicidad, constituye el principio liberador de los seres humanos de cualquier forma de intento de dominación ideológica o por parte de un dogma o una creencia en particular. El pensamiento libre constituye una manera de pensar, al margen de cualquier intención de manipulación, condicionamiento, influenciación o adoctrinamiento y se asienta en las posiciones referentes a la verdad que debe formarse sobre la base de la lógica, la razón y el empirismo.

El próximo día 20 de septiembre se celebra en todo el mundo, el día internacional del librepensamiento, como un homenaje a los hombres y mujeres combatientes de la libertad, la igualdad, en todas sus dimensiones y alcances y de la fraternidad entre todos los seres humanos y los pueblos, independientemente de sus creencias, costumbres y/o concepción política.

La búsqueda de la verdad ha sido desde siempre, la inquietud esencial de los seres humanos, ello impulsó múltiples concepciones filosóficas, generó dogmas, historias y leyendas, que inspiraron las distintas creencias religiosas o concepciones místicas.

La incógnita del origen, del origen del todo, del universo; la incógnita del destino después de la muerte, la imposibilidad de admitir que el corto y doloroso tránsito por la vida es finito, el cuestionamiento de la existencia de Dios, de los Dioses, del Demiurgo, el posicionamiento dogmático de la creencia incuestionable basada en la fe de un algo superior, ulterior o de un gran arquitecto del universo alrededor del cual se fueron tejiendo historias y leyendas, que constituyeron el corpus dogmático de las religiones; y junto a esas preguntas que forman parte de la constante intriga del ser humano, fueron apareciendo otras dudas, como ¿Qué es el amor?, ¿Cuál es el objetivo de la vida?. Todos y cada uno de estos interrogantes, pensamientos y análisis, tal vez, filosóficos que han dado lugar a aflorar, doctrinas, dogmas, ideologías y múltiples formas de pensamientos cerrados que se apropian de una verdad incuestionable, donde no tienen cabida, los que piensan diferente, los que creen en otros principios, o adoptan otras costumbres o se rigen por otras creencias.

Según un estudio de Pew Research Center de 2017, en torno al 77% de la población mundial practica alguna de religión, de las que podríamos llamar, mayoritarias el 31% el cristianismo, el 24% el islam, el 15% el hinduismo o el 7% el budismo, lo que viene a significar en términos absolutos que, de los 7.700 millones de habitantes del planeta, casi 6.000 millones profesan alguna de estas religiones mayoritarias, pero es justo mencionar que de ese 31% de cristianos, se encuentran repartidos entre católicos, cristianos ortodoxos, distintas confesiones protestantes, los coptos, siriacos, nestorianos, etc. y del 24% de los que practican el Islam, debemos mencionar sus distintas adscripciones, muchas veces enfrentadas, los chiitas, sufíes, sunníes, alevís, alauitas, etc. A estas cifras hay que añadir, las religiones minoritarias, algunas sectas como la cienciología, la secta ovni y muchas más; de todo ello podría deducirse que una amplia mayoría de los habitantes del planeta, son creyentes, sin embargo desde el máximo respeto de los unos a los otros y desde la tolerancia y la laicidad, se puede concebir una fraternidad universal y trabajar para la búsqueda incesante de la verdad y para el progreso de la humanidad. –

Acuden a mi mente, mil preguntas y la sangre que agita mi pulso, me sacude en la angustia existencial, y acudo entonces a la razón empírica para intentar desgranar, por medio de la reflexión y el análisis, algún camino que pueda aproximarme a la verdad, a mi propia verdad y en ningún caso única y dominadora y para ello recurro al pensamiento libre, para que con independencia absoluta de otros pensamientos, pueda permitirme escudriñar por mí mismo, el secreto de la existencia del todo, frente a la nada.

El término “librepensadores” (Freethinkers) ha sido utilizado en relación con algunos pensadores ingleses en torno a los siglos XVII y XVIII, pero también filósofos o estudiosos de otros espacios europeos. Los rasgos más característicos y sobresalientes de dicho pensamiento consisten, precisamente, en la defensa de la tolerancia religiosa, la adopción del racionalismo, y de una concepción religiosa natural y racional, allí cabría en este punto, tal vez, destacar la filosofía que expresó Baruch Spinoza.

El conocimiento verdadero exige la intervención de la razón como facultad, apartándose de cualquier especulación o relato no fundado en el conocimiento.

John Toland, discípulo Locke, fue el primero (o uno de los primeros) en ser llamado freethinker (librepensador). Criticó duramente a las instituciones estatales y a las jerarquías eclesiásticas en célebres obras como Christianity Not Mysterious. Toland fue uno de los deístas más notables y defendió las características racionales de la religión natural frente a la ininteligibilidad de los misterios sobrenaturales. Su racionalismo naturalista desembocó en un culto a lo natural ligado a la fraternidad 1.

Cuando nos referimos al librepensamiento, hay que destacar el empleo de la expresión “libre examen” que tiene su origen en los padres de la Reforma protestante (Álvarez Lázaro 1986), es decir, que se fragua en relación con la temática religiosa.

Para el catolicismo, el libre examen supone una desviación que lleva a un distanciamiento del realismo de la tradicional Adaequatio rei et intellectus, que en el ámbito moral implicaría un abandono de la ley natural. (Álvarez Lázaro 1986)

Si partimos de la Ilustración, veremos la inexorable asociación con el librepensamiento, donde sobresalieron pensadores como Denis Diderot, Jean le Rond d’Alembert, Voltaire, Montesquieu, Jean-Jacques Rousseau, Nicolas de Condorcet, Étienne Bonnot de Condillac, Turgot, Helvétius, etc., cuya defensa de la razón y el análisis a través del conocimiento, pone de manifiesto que dicho movimiento estaba basado en el uso de la razón y la lógica como medio de conocimiento y ello de alguna manera, constituye el sustrato del pensamiento libre.

La Enciclopedia dirigida por Diderot y d’Alembert fue un ambicioso proyecto que se convirtió en un símbolo de la Ilustración. L’Encyclopédie era un diccionario razonado de las ciencias, las artes, desde una óptica neutral y distante de cualquier dogma.

Existen, desde luego, numerosos pensadores ligados a la ilustración de los que, entre otros muchos, destacaríamos a David Hume, Immanuel Kant o Thomas Jefferson. En Francia Pierre Bayle y en Inglaterra John Locke. Todos fueron defensores de elaborar el pensamiento partiendo de la asociación de ideas, razonadas mediante la lógica. Diferentes concepciones, pero todas amparadas en la razón.

La Ilustración, según la respuesta de Kant, quedaría definida por una alteración en la relación que existe entre la autoridad, la voluntad y el uso de la razón.

Pero si algo hay que destacar de los librepensadores, ello se refiere a las relaciones Iglesia-Estado. Las consignas antidogmáticas vinieron acompañadas del ideal de la razón como única fuente de emancipación.

No se trata, entonces, de una libertad individual de pensamiento (afín a la libertad de conciencia), consiste en el pensamiento desde una concepción dentro de la dimensión universal del ser humano, y de un razonamiento independiente, libre e individual.

De lo antedicho, merece especial atención el autoanálisis y la reflexión individual, que nos conduce a los individuos a construir el paquete de ideas que sería el eje vertebrador de nuestra personalidad, un intento de conocerse a sí mismo y a la vez de comprender las concepciones de pensamiento que sustentan a la sociedad, siempre partiendo de la razón y apartándose de cualquier concepción ya explicitada, sino basada en su propio criterio y discernimiento.

La compresión de sí mismo y la aceptación del otro, aún desde la discrepancia, conducen a la fraternidad creadora, amparada en la igualdad y en el marco de una libertad propia que respeta la libertad de los demás.

Quienes somos

Somos un grupo de ciudadanos/as cuya característica común es el pensamiento libre, reunidos para impulsar la reflexión en torno a los principios de igualdad, fraternidad, libertad, justicia social y desarrollo humano.

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